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Eloy Terrón Abad fue un hombre altruista, modesto y bondadoso, un intelectual riguroso y un comunista abnegado. Desde sus propios condicionamientos culturales y biográficos, entendió siempre la filosofía al modo de Marx: como crítica sin contemplaciones de todo lo existente desde el compromiso político personal con la clase trabajadora y la superación socialista del capitalismo. Maestro socrático e intelectual del pueblo, tendría hoy que ser también un modelo moral y político para la intelectualidad transformadora y la izquierda española en general. Para lograrlo en un futuro inmediato, hay que estudiar y difundir su pensamiento y su obra, comenzando por poner la información más indispensable al alcance de todos, que es precisamente el objeto de este trabajo.
Por lo demás, a efectos expositivos, esta aproximación bio-bibliográfica se divide en tres partes: formación moral, política y profesional (1919-1951); docencia e investigación (1952-2002); y un maestro socrático y un intelectual del pueblo, a modo de conclusión
Por lo demás, a efectos expositivos, esta aproximación bio-bibliográfica se divide en tres partes: formación moral, política y profesional (1919-1951); docencia e investigación (1952-2002); y un maestro socrático y un intelectual del pueblo, a modo de conclusión
En su caso, resultó decisiva su integración, desde 1942, en el círculo de la biblioteca Azcárate y los poetas de la revista Espadaña, de León, dirigido por el cura Antonio Gonzalez de Lama, su primer maestro. Allí adquirió el hábito de ensayar visiones de conjunto de filosofía y de física, revisando y actualizando sistemáticamente sus conocimientos, para aprender a exponerlos mejor. Depuró sus modales y desarrolló el autocontrol y otras destrezas de la clase media tradicional, sin dejar de identificarse con los principios morales de la clase obrera. Y pudo experimentar en sí mismo, además, el sesgo clasista de la cultura académica, la dificultad consiguiente de los hijos de las clases subalternas para asimilársela y la trascendencia social de la potenciación política de su democratización radical.
«D. Antonio García de Lama era, no solamente generoso, sino que derrochaba sus conocimientos y sus experiencias más valiosas, hasta el punto de producirse una puja de generosidad intelectual. La principal virtud del grupo consistía en que cada uno de sus componentes se sentía estimulado a enriquecer el tesoro del grupo con algún conocimiento valioso; a la vez que cada miembro parecía buscar la admiración de las personas más conspicuas del grupo, don Antonio, Eugenio de Nora y Victoriano Crémer. Por lo que a mí se refiere, confieso que me esforzaba en buscar alguna idea, tema, pensamiento o teoría que me proporcionara la admiración al menos de estos tres miembros mencionados. En busca de este aplauso revisaba a fondo todos mis conocimientos y los actualizaba para tenerlos más presentes. Claro que era más difícil y menos atractiva que la de muchos de los otros, que cumplían sus ambiciones escribendo un soneto o un pareado ingenioso».
«Para mí el grupo no sólo era estimulante, sino que era donde yo ensayaba mis concepciones o visiones de conjunto, y, sobre todo, era donde comprobaba la claridad y la coherencia de las teorías que lograba elaborar; el existencialismo de Heidegger, de Sartre, la filosofía de Husserl, de Max Scheler, el Neopositivismo del Círculo de Viena, las grandes teorías de la física moderna; cuando los norteamericanos hicieron explotar la primera bomba atómica sobre Hirosima, yo supe explicar la base física de la famosa ecuación de A. Einstein. Sin embargo, envidiaba a los poetas miembros del grupo que escribían versos en Espadaña, la sorprendente revista creada y sostenida por don Antonio, Crémer y Eugenio. Yo no publiqué ni una sola línea en ella».
«Tuve mucha suerte en encontrar el círculo de don Antonio y, no sólo en ser admitido en él, sino en la buena opinión que éste tenía de mí. Eugenio me ayudó mucho a corregir rasgos de mi educación. Sin ellos yo no sería el mismo, ni intelectual ni moralmente; aunque reconozco que no han cambiado mis principios morales, pues sigo considerando a los trabajadores como mi norte y guía. Se depuraron mis modales y aprendí a controlarme mejor. Por otra parte, mucho más tarde me dí cuenta de que los hijos de los trabajadores, aunque tuvieran buenas condiciones para el estudio, solían fracasar por la falta de hábitos de “clase media”, tales como convertir el estudio en trabajo, acomodar a este último las condiciones de la vida familiar, respetar las horas de estudio habilitando para ello una habitación lo más cómoda y aislada, que todos los miembros de la familia consideraran el estudio como un trabajo duro y fácil de alterar, etc. Sin embargo, el estímulo más eficaz falta necesariamente en las familias, no sólo obreras, sino trabajadoras (pienso en la clase media baja) y consiste en la imposibilidad en que se encuentra el estudiante del tema de estudio para esclarecer las ideas que está adquiriendo: ésta fue la inapreciable ayuda que me proporcionó el círculo de don Antonio».
«D. Antonio García de Lama era, no solamente generoso, sino que derrochaba sus conocimientos y sus experiencias más valiosas, hasta el punto de producirse una puja de generosidad intelectual. La principal virtud del grupo consistía en que cada uno de sus componentes se sentía estimulado a enriquecer el tesoro del grupo con algún conocimiento valioso; a la vez que cada miembro parecía buscar la admiración de las personas más conspicuas del grupo, don Antonio, Eugenio de Nora y Victoriano Crémer. Por lo que a mí se refiere, confieso que me esforzaba en buscar alguna idea, tema, pensamiento o teoría que me proporcionara la admiración al menos de estos tres miembros mencionados. En busca de este aplauso revisaba a fondo todos mis conocimientos y los actualizaba para tenerlos más presentes. Claro que era más difícil y menos atractiva que la de muchos de los otros, que cumplían sus ambiciones escribendo un soneto o un pareado ingenioso».
«Para mí el grupo no sólo era estimulante, sino que era donde yo ensayaba mis concepciones o visiones de conjunto, y, sobre todo, era donde comprobaba la claridad y la coherencia de las teorías que lograba elaborar; el existencialismo de Heidegger, de Sartre, la filosofía de Husserl, de Max Scheler, el Neopositivismo del Círculo de Viena, las grandes teorías de la física moderna; cuando los norteamericanos hicieron explotar la primera bomba atómica sobre Hirosima, yo supe explicar la base física de la famosa ecuación de A. Einstein. Sin embargo, envidiaba a los poetas miembros del grupo que escribían versos en Espadaña, la sorprendente revista creada y sostenida por don Antonio, Crémer y Eugenio. Yo no publiqué ni una sola línea en ella».
«Tuve mucha suerte en encontrar el círculo de don Antonio y, no sólo en ser admitido en él, sino en la buena opinión que éste tenía de mí. Eugenio me ayudó mucho a corregir rasgos de mi educación. Sin ellos yo no sería el mismo, ni intelectual ni moralmente; aunque reconozco que no han cambiado mis principios morales, pues sigo considerando a los trabajadores como mi norte y guía. Se depuraron mis modales y aprendí a controlarme mejor. Por otra parte, mucho más tarde me dí cuenta de que los hijos de los trabajadores, aunque tuvieran buenas condiciones para el estudio, solían fracasar por la falta de hábitos de “clase media”, tales como convertir el estudio en trabajo, acomodar a este último las condiciones de la vida familiar, respetar las horas de estudio habilitando para ello una habitación lo más cómoda y aislada, que todos los miembros de la familia consideraran el estudio como un trabajo duro y fácil de alterar, etc. Sin embargo, el estímulo más eficaz falta necesariamente en las familias, no sólo obreras, sino trabajadoras (pienso en la clase media baja) y consiste en la imposibilidad en que se encuentra el estudiante del tema de estudio para esclarecer las ideas que está adquiriendo: ésta fue la inapreciable ayuda que me proporcionó el círculo de don Antonio».
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