LOS RECUERDOS DE UN MAESTRO
ANTONIO GONZALEZ DE LAMA
La Historia, testigo siempre fiel de los tiempos, nos ha dejado la memoria de seres ilustres y maestros en los escritos de sus discípulos. Ya en sí mismo un discípulo es simbólicamente un hijo del alma de su maestro. Preciosa metáfora que utiliza Platón en el Fedro y en Las Leyes . Son pues innumerables los ejemplos de esta literatura en la que las obras del discípulo nos ofrecen el testimonio fértil ejercido por el maestro.
Sería imposible enunciar todos los casos, pero a título de ejemplo se me ocurren algunos: Platón y Jenofonte recuerdan a Sócrates, el filósofo Porfirio a su maestro Plotino. Gregorio el Taumaturgo nos presenta el modelo de maestro cristiano que fue Orígenes. Los Pitagóricos guardaron como un tesoro las enseñanzas de Pitágoras. Los psicoanalistas nos recuerdan a Freud, los marxistas a Marx y los kantianos a Kant, y así estaríamos, si lo quisiéramos, refiriendo un proceso interminable. Y este fenómeno es comprensible, pues obedece a un comportamiento universal del ser humano: ser portavoz de las ideas geniales de los hombres que han revolucionado la historia con pautas y decubrimientos paradigmáticos, tanto en el ámbito científico como moral.
Justificada de alguna manera mi pretensión, yo también quisiera, aprovechando la ocasión que se me brinda, rendir un tímido homenaje a un ilustre leonés, D. Antonio G. de Lama, maestro donde los haya, y cuya influencia rebasó con creces los límites regionales, nacionales e internacionales. Al afirmar esto no creo exagerar, pues muchos de sus discípulos han llevado su ciencia,su estilo y su pedagogía allende nuestras fronteras.
Haciendo un breve resumen de ilustres discípulos salidos de su escuela, se me ocurren: filósofos, como D. Ángel González Álvarez, inmediato sucesor en la cátedra de Metafísica de D. José Ortega y Gasset. Poetas como D. Eugenio de Nora, Antonio Pereira,Antonio Gamoneda, Angel Fierro, José A. Llamas Fernández, Paco A. Velasco. Novelistas, como Luis Mateo Díez, Agustín Delgado, José Mª Merino, Juan Pedro Aparicio, Jesús Torbado, etc.. Y así podríamos seguir citando una pléyade incalculable de autores que fueron testigos de la palabra y la pluma de aquel insigne y sabio cura leonés.
En este sentido son muy elocuentes las palabras de N. Miñambres, recogidas en un artículo : Panorama de las letras Leonesas y escrito para una obra de varios autores : La Ciudad de León, en el que glosando la figura de D. Antonio G. de Lama, se lee en algunos párrafos:” Parece imposible que un sacerdote, formado en un seminario de provincias, que ejerce su actividad pastoral en pueblos de mínimo renombre y en algún barrio de poca entidad en León, consiga una cultura de la categoría y profundidad de la que gozó este hombre y a la vez sea capaz de hacerla compatible con la filantropía, y la entrega con la que él supo proyectarla entre los jóvenes que frecuentaban la Biblioteca Azcárate ....” Y en otro lugar hablando igualmente de las dotes que la naturaleza le adornó como maestro dice lo siguiente: “ En torno a su persona ( nada sospechosa de veleidades intelectuales, dada su condición clerical ) va articulándose un grupo de intelectuales,escritores y poetas que necesitarán un cauce que aglutine sus inquietudes. Este será, dicho de forma rudimentaria, el nacimiento de Espadaña, tal vez el fenómeno poético mas relevante y original de la España contemporánea”.
Me llama especialmente la atención el paralelismo de este hombre, más sabio maestro que prolífico autor, con otros maestros de la Historia, como Sócrates, de los que se sabe que no escribieron nada, pero sin embargo sus discípulos no cesan de cantar sus virtudes. No es cierto, sin embargo, que D. Antonio no escribiera nada, pues durante muchos años sus artículos en el Diario de León,del que fue su director, crearon un estado de opinión sobre la vida corriente de una ciudad provinciana. Incluso mucho antes ya había destacado por su lucidez en la crítica literaria, con muchos trabajos, entre los que cabe destacar aquel que su alumno y amigo Eugenio de Nora le había enviado a la revista Cisneros en el otoño de 1943 y que rezaba : “ Si Garcilaso volviera, yo no sería su escudero, aunque buen caballero era...”.
Entre los múltiples legados que en el ámbito cultural nos dejó D. Antonio G. de Lama y por los que la ciudad de León debe estar muy agradecida, destacaríamos: el enriquecimiento y reestructuración de la fundación cultural Sierra Pambley, exigua representación en la ciudad de la Institución Libre de Enseñanza, cuya biblioteca, conocida como Biblioteca Azcárate, auténtica escuela y fecunda tertulia, organizó y dotó de material bibliográfico.Prestó igualmente una colaboración especialísima en la ordenación y perfeccionamiento de la biblioteca de la Diputación.Pero lo que le confirió fama de intelectual y hombre dotado para la Literatura y las Humanidades, fue la creacion, junto con los jóvenes e inquietos poetas de la época, de la primera revista de poesía y crítica literaria de la postguerra española : ESPADAÑA, ya citada por el gran poeta Dámaso Alonso, allá por la década de los años 40. La publicación de aquella revista significó una visión de futuro y una gran valentía para expresar una tímida libertad de pensamiento, así como, la primera oportunidad de expresarse, a través de la poesía, los jóvenes valores que comenzaban a despuntar en el alba del panorama literario de la postguerra
Lo que más me movió a escribir estas líneas fue el deseo de hacer partícipes a los demás, por el hecho de haber gozado personalmente de tal maestro, de las virtudes de un hombre que hoy, después de muchos años, sigue ejerciendo en mí su influjo didáctico.Y lo sorprendente no es que recibiéramos elevados discursos ni extraordinarios contenidos doctrinales.Por el contrario, lo realmente inolvidable de aquel hombre era su sencillo método de enseñanza, repleto de anécdotas de la vida, su capacidad para hacer fácil lo difícil. La Historia de la Filosofía que nos enseñó fue una Historia de la vida que no he olvidado jamás.
Nadie duda hoy, de entre los que le conocieron, que era un hombre de extraordinaria lucidez mental y de una erudición y cultura inigualable. En este sentido es necesario reconocer que su sabiduría no le vino de la asistencia a prestigiosas universidades, sino que la escuela nació de sí mismo , pues las circustancias de la época no le permitieron estudios universitarios. La diócesis se aprovechó de su talante y cultura exprimiéndole en todos los puestos que desempeñó.Y esta imposibilidad para disfrutar de un mínimo tiempo para el estudio era tal que en ocasiones le oí decir textualmente lo siguiente: “En este momento los únicos que pueden estudiar y formarse son los frailes, pues disponen de tiempo y de casas-madre en todo el mundo “.
Sin apartarnos aún de la misma temática, no olvidaré cómo nos describió una parte importante de su formación cultural. Recién ordenado cura fue destinado a un pueblecito próximo a la ciudad, de nombre: Viloria de la Jurisdición. Muy cerca de allí, en otro pueblo vecino ( Cembranos) se conservaba una casa señorial, herencia de un antiguo regidor de aquella comarca, y en cuya biblioteca se forjó su primera formación,bebiendo toda la cultura que se guardaba en aquellos odres viejos, que el tiempo había llenado de polvo.
Posteriormente, y como él mismo relataba con cierta sorna, con la disponibilidad que le permitía la escasa actividad de una parroquia pequeña, inició una serie de viajes semanales por las bibliotecas de la ciudad de León en el burro del Sr. Antonio, que cargaba de libros para estudiar semana tras semana. De este modo, y durante los pocos años que ejerció en Viloria, se construyó su propio edificio cultural, el que por desgracia la Universidad no le pudo ofrecer.
Sería interminable este trabajo si pretendiera relatar todas las anécdotas que oí de su voz gruesa y ronca. Pero como estamos en Asturias no quiero olvidarme de su paso por estas tierras. Como hombre culto y buen maestro fue invitado por el Seminario de Oviedo a impartir algunos cursos de verano a los profesores y alumnos, cuyas charlas hoy todavía bien recuerdan algunos. Sin embargo D. Antonio gustaba de pasear y charlar con los hombres del mar, de los que aprendió que en las mareas : “ sólo la luna, sólo la luna intervenía...” . Así nos lo contaba, queriendo decir que no todo en los libros se aprende, sino que también en la filosofía de la vida está el saber.
Con estas líneas he pretendido dos cosas : por una parte un reconocimiento al ilustre maestro, con el que, en mi fuero interno, tenía contraída una deuda por lo mucho que aprendí, y por otra parte extender su fama, entre los que no tuvieron la suerte de conocer su magisterio, para que puedan al menos admirarle en su obra, de la que hoy quedan aún muchos testigos.
JOSÉ ANTONIO LLAMAS MARTÍNEZ