17 junio 2005

CONSERVACION DEL LIBRO ANTIGUO


Conservación de los libros antiguos

Del futuro de nuestra biblioteca no podemos saber nada: si la malvenderán nuestros descendientes o, si por el contrario, la conservarán con orgullo y con cariño. Si perecerá por el fuego, las inundaciones o la guerra, o sí desafiará, inmutable, el paso del tiempo. Lo único que podemos hacer, en el breve lapso que dura nuestra vida (espantosamente corta), es asumir la responsabilidad de que aquello que hemos recibido de nuestros padres, lo legaremos, a su vez, a nuestros hijos, recordando con humildad que, con respecto a los libros, no somos más que sus compañeros de viaje y sus poseedores provisionales.
El material del que están hechos los sueños, es un material de pesadilla
Los libros contiene una amplia gama de materiales orgánicos (sustancias cuyo componente constante es el carbono) que incluyen el papel, las pieles, el pergamino, las telas, los adhesivos, etc. Por la naturaleza de la composición química de estos materiales, que están compuestos de un complejo de polímeros moleculares, estos envejecen y se deterioran hasta llegar a la ruptura de sus cadenas moleculares. Este fenómeno se llama despolimerización.
La velocidad del deterioro depende de la estabilidad inherente al material, en combinación con ciertas influencias externas, tales como el ambiente y las condiciones de uso y de almacenaje. Es difícil cambiar el carácter intrínseco de los materiales, pero, y esto es muy importante, se puede trabajar firmemente para controlar los factores externos que aceleran la degradación para retardar este envejecimiento.
Los factores ambientales que aceleran el deterioro incluyen la temperatura, la humedad, la luz (natural y artificial), la contaminación y los agentes biológicos. Cada uno de estos factores, si no es controlado, puede provocar por sí mismo, sólo daños específicos, pero combinados entre sí, pueden provocar daños irreversibles.
La higiene
El polvo que, inevitablemente, tiende a acumularse sobre los libros contiene agentes que aceleran su destrucción como esporas de hongos, microorganismos, partículas metálicas, grasas etc. Si este polvo llega a penetrar entre las hojas, producirá su abrasión en forma de manchas y, a largo plazo, su destrucción.
Esto hace necesaria una limpieza periódica del lugar, así como de las estanterías y de los propios libros. Debemos para ello seguir una secuencia lógica: techos, paredes, aberturas y pisos. En primer término lo que está arriba, ya que siempre caerá algo de polvo. Después se limpian las estanterías (empezando, también, por la parte superior). Para limpiar cada estante se deben retirar los libros y examinar cuidadosamente los estantes, identificando problemas como óxido, clavos salientes, restos de insectos, rastros de humedad, etc. Después se debe pasar una aspiradora con un sistema de filtro que retenga hasta el polvo más fino para impedir que éste vuelva al ambiente. Después se limpia cada libro, uno a uno, bien con la aspiradora (interponiendo algún tipo de malla plástica), bien con un trapo seco de algodón, pero nunca con un trapo húmedo ni con productos de limpieza. Por fin se devuelven los libros, en perfecto orden, a su lugar.
Temperatura y humedad
La temperatura debe ser estable y de aproximadamente 20º C. La humedad relativa debe situarse entre un 30 % (mínimo) y un 50 % (máximo). 20ºC de temperatura ralentiza las reacciones químicas dañinas y, es, a la vez, cómoda para trabajar. Respecto a la humedad, este intervalo permitirá que los libros no adquieran una rigidez perjudicial, sin llegar a acelerar las reacciones químicas degradantes. Si estos parámetros no se pueden cumplir exactamente, se debe intentar, al menos, que los libros no experimenten variaciones bruscas de humedad y temperatura, ya que continuas dilataciones, contracciones y condensaciones de humedad, lo dañarían irremediablemente.
Aunque estos parámetros se pueden mantener estables por métodos artificiales (aire acondicionado, humidificadores, deshumi-dificadores, etc.) sería aconsejable recurrir, por medio de ventanas abiertas, a una moderada corriente de aire y a una moderada entrada de luz solar.
Los insectos
Aunque existen numerosas especies de insectos que se alimentan de libros (más de 60 según el Instituto de Patología del Libro, de Roma), como la polilla del tejido, la carcoma, el pececito de plata, la termita de madera seca, etc. debemos, en lo posible, evitar la presencia de tóxicos y venenos en la biblioteca ya que encierran graves peligros, tanto para el libro como para el lector. Con un control razonable de higiene, humedad y temperatura, podemos evitar que estos huéspedes indeseables proliferen.
Si es inevitable, debemos recurrir a los venenos (siempre asesorados por un experto), depositándolos en zócalos y aberturas y nunca directamente sobre los libros. Tampoco, en ningún caso, se debe fumigar.
En caso de pequeños roedores, se deben clausurar todas las entradas y orificios por medio de mallas plásticas y cazarlos por medio de trampas mecánicas.
El uso
En lo posible debemos evitar, con conductas bárbaras, aliarnos con la temperatura, la humedad, los insectos y los roedores para acelerar la destrucción del libro.
De entrada no es aconsejable beber, comer y fumar en la biblioteca. Un ligero descuido puede provocar en los libros un daño irreparable.
Tampoco debemos leer el libro como si fuera nuestro enemigo, abriéndolo hasta llegar a los 180 grados. Debemos respetar el ángulo de apertura que la encuadernación permita y no sobrepasarlo, bajo el riesgo de romperlo.
Deben colocarse en las estanterías sin llegar a comprimirlos. En este caso, cada vez que saquemos uno, éste y los contiguos, sufrirán deterioro. Tampoco debemos sacarlos arrastrándolos desde la parte superior del lomo ya que esta parte acabará por romperse. Es mejor empujar hacia atrás los libros contiguos y tomar el elegido por el centro de las tapas, sin tocar el lomo.
En ningún caso debemos fotocopiarlos, ya que al mantenerlos abiertos sobre la fotocopiadora, dañaremos su estructura. Si es inevitable, es mejor sacar más de una copia y mantenerla como original para futuras reproducciones. Así evitaremos someter al libro a continuos esfuerzos.
Si todo esto ha fallado
Ante todo no hay que precipitarse. El camino del infierno está empedrado de buenas intenciones y ciertas restauraciones pueden ser más nefastas para el libro, que todas las ratas del mundo.
La peor de todas las reparaciones caseras es hacer uso de las cintas autoadhesivas para pegar hojas rotas, tapas sueltas o cuadernillos desprendidos, ya que el adhesivo se degrada en poco tiempo, haciendo que la cinta se desprenda y dejando en el papel una mancha oscura e indeleble.
Tampoco debemos fiarnos de determinados encuadernadores, ya que estos supuestos profesionales, no harán sino guillotinar arbitrariamente los márgenes, excluir las cubiertas originales y proporcionar nuevas y vulgares encuadernaciones que nos impedirán leer cómodamente el libro.
Lo mejor, si el deterioro del libro se mantiene en los niveles aceptables, es hacerle una caja a medida, para mantenerlo operativo unos cuantos años más. Por otra parte, si creemos que el daño es realmente grave, debemos recurrir al consejo de profesionales.

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